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Esther

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          A Esther nunca se le cruzó por la cabeza el no llego para el verano, no voy a poder usar esa bikini celeste a lunares blancos que tan lindo me quedaba. Poco le importaba lo que las flacas esqueléticas que decoraban las costas mirando sus celulares tenían para decir de ella. No tiene Twitter y ni le interesa tenerlo. A gatas tiene Facebook, lo usa para ver a sus nietos y subir cosas religiosas, es fanática de las imágenes de Cristo. Y ahí estaba ella, impoluta, inmaculada, recién depilada y con el aceite bronceante recién colocado. En esta materia es una especialista. Lo aplica parejo, siempre hacia la misma dirección, con paciencia y sin apuro. El único recoveco de su brillante cuerpo que no lograba cubrir es el exacto centro de su espalda. La canaleta que se forma entre la unión de los omóplatos que dirige su transpiración derecho hacia el húmedo bombachón. En el pasado Oscar, su marido, solía aplicárselo mientras entonaba unas líneas de Charles Aznavour. Hoy pasa sus días de verano frente al ventilador de pie sentado en el sillón del living del chalecito que alquilaron leyendo los avisos fúnebres del diario, papel. Está impresionado con lo rápido que se le pasó el tiempo. Cuando se cruza con que murió un conocido, por más lejano que sea, cae en un ataque de depresión que lo invade por un par de horas. Piensa que él es próximo. Lo más cerca que pasará de la playa es cuando finalicen las vacaciones. Pasará frente al balneario, a la madrugada para evitar el tránsito, a toda velocidad con su Renault 12 rojo. Es fanático de Renault, tiene una remera con el logo en el pecho que la usa debajo de las camisas. Esther insiste con que está para hacerla trapo, pero es su favorita.

          Esther alterna la cruzada de piernas, arranca con la izquierda arriba. Después de años de búsqueda no encontró posición más confortable y femenina que esa. Sí que se la ve cómoda, y super femenina. No le importa dónde está el mar, ella siempre se coloca frente al sol. Le fascinan sus gafas nuevas, imitación de Ray Ban Fleck que compró en la estación de servicio. Poco a poco el sol le fue calcinando las retinas. Esa es la razón por la cual la efectiva operación de la vista no le funcionó. En marzo va a hacer otro intento sin éxito. El corte carré desaparece detrás de las orejas para que el bronceado sea parejo en todo el rostro, con excepción de la frente, claro, que no la expone a los rayos UV ya que le provoca un rojizo sarpullido, seguido por una insoportable picazón. En ocasiones se pone cinta adhesiva en la punta de los dedos para no rascarse. Para combatir esto tiene un cap de los NY Giants que se encontró un par de veranos atrás arriba de una reposera junto a la pileta del balneario. Cada vez que la usa tiene miedo que aparezca el dueño y la tilde de ladrona. No tiene idea quienes son los Giants pero sí que combina espectacularmente con la bikini. Es un win win, desconoce el significado de win. Es monolingüe. Fuma Parissien, seis por día. No es una gran fumadora. De hecho no tragaba el humo, pero se siente bien aggiornada. Por momentos sostiene el cigarro cuidadosamente con los dientes y entrecierra los ojos. El fumar le recuerda a París, la mejor época de su vida. Cuando Oscar le mencionaba a cada rato lo linda que era. Lleva un bolso color crudo, regalo de navidad de Mónica, su hija. Siempre lo ubica debajo de la reposera. Hoy en día si te descuidás te afanan, repite a cada rato. No tiene mucho, lo necesario. El aceite bronceante, una revista de crucigramas que nunca llega a completar, un sándwich de jamón, queso y salame envuelto en un film y unos cuantos pesos para comprarse lo que sea que el vendedor que se le cruce le ofrezca. Es fanática de los barquillos pero está espantada con los precios este año. Siente que el dinero se le escapa entre los dedos, como la mismísima arena en la cual ella reposa. No lleva remera, vestido, ni pantalón. ¿Para qué? El punto es quemarse, para eso veraneaba en el sur. La toalla la coloca sobre la reposera porque, de lo contrario, el entramado del nylon quedará tatuado en su dorada piel.

          Así, Esther, pasa una quincena en la costa sentada en su reposera

viendo como las chicas jóvenes y raquíticas se divierten mirando sus celulares. ¡Que horror! Piensa, mientras tararea Venecia sin ti de Charles Aznavour. Venecia sin Oscar.

          Esther, 68 años en abril, hace siete que sopla 60 velas. Fanática del sol.

          Diez minutos antes Esther practicaba topless con sus pechos al viento. Esto es cierto, es un dato verídico.

 

“Esther” 

Pedro Urruti

2016

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